En el Día Nacional de la Donación de Órganos, su testimonio emociona, sensibiliza y enseña. Pasó de tener un 3% de visión a recuperar el 100%. Hoy, desde la natación y las campañas de concientización, levanta una bandera: “Mayo se escribe con D de Donantes”.
Nació con una enfermedad genética que no fue detectada hasta los 21 años. Vivía en sombras, sin ver los colores azul, negro ni verde. Cruzaba la calle con otros porque solo distinguía bultos, y reconocía a las personas por sus voces, perfumes o la forma de caminar. Se adaptó al mundo sin quejarse, sin detenerse. Hasta que llegó el diagnóstico: queratocono avanzado, y una advertencia: “Podés quedar ciega en cualquier momento”.
Fue el inicio de una nueva etapa, marcada por el miedo, pero también por la esperanza. Dos trasplantes de córnea, en 2003 y 2005, no solo le devolvieron la visión: le devolvieron la vida.
“Mi cerebro tuvo que aprender a ver”
“La parte visual de mi cerebro estaba anulada. Tuvo que volver a activarse. Fue todo un proceso de reaprendizaje”. El cambio fue profundo y transformador. La vida cotidiana empezó a teñirse de detalles antes desconocidos: formas, rostros, matices, colores que nunca había podido identificar. «Fue maravilloso. Con amor, cuidados y paciencia, todo se acomodó».
Desde lo emocional, contó con el acompañamiento incondicional de su familia, amigos y médicos. En ese momento, vivía en San Miguel de Tucumán y era estudiante. “Nunca me sentí discapacitada. Me adapté al mundo como era, y seguí”.
“Ese día me pidieron que vaya con mi mamá. Y supe que algo importante iba a pasar”
El momento en que recibió la noticia de que había un donante compatible lo recuerda con claridad. Había ido sola a un control cuando su oftalmólogo, que era también médico de su mamá, le dijo: “Vení la próxima vez con la Leny, así vemos bien”.
No sospechó nada, pero intuía que algo grande se avecinaba. Días después, le explicaron que debían actuar con urgencia: su ojo estaba muy comprometido. “Mi familia me dio la seguridad afectiva para no sentirme desprotegida. Fue clave”.
“Tuve suerte: mis córneas vinieron de Estados Unidos”
En su caso, el proceso fue más corto que el de muchos pacientes en Argentina. Su médico, Roberto Cohen, trabajaba con córneas provenientes de Estados Unidos, donde hay una mayor disponibilidad de tejidos y una logística médica más aceitada.
Ella fue inscripta tanto en el INCUCAI nacional como en el registro internacional. A los pocos meses, llegaron las córneas. Antes, debió someterse a una cirugía láser en ambas retinas. El primer trasplante se hizo en 2003; el segundo, en 2005.
“La diferencia entre esperar en Argentina y recibir una córnea del exterior es enorme. Yo tuve la suerte de que mis padres contaban con los medios económicos. Pero no todos tienen esa posibilidad, y por eso debemos hablar más de donación”.
“La cirugía duró 9 horas. Elegí la música que quería escuchar”
El procedimiento fue delicado. Antes de entrar al quirófano, su médico le presentó al equipo completo y le permitió elegir qué música sonaría durante la operación, aunque estaría bajo anestesia general. “Eso habla de su humanidad, de su empatía. Me hizo sentir respetada como paciente y como persona”.
Le colocaron 32 puntos: 16 internos y 16 externos. La recuperación incluyó seis meses de reposo absoluto. Usaba una compotera de cristal perforada sobre el ojo, que solo se retiraba para aplicar las gotas, en un entorno de higiene extrema. “No podía recibir visitas, ni reírme. Todo en mi rostro estaba sensible. Mi mamá se encargó de todo. Fue un acto de amor gigante”.
“Donar es el acto de amor más grande”
Le explicaron que sus córneas provenían de cuerpos no reclamados en Estados Unidos, y que su uso estaba autorizado con fines de trasplante. Eso no restó ni un gramo de gratitud a lo que sintió. “No tengo palabras para describir esa sensación. Solo agradecimiento”.
Años después, fue invitada a dar una charla y conoció a las “madres donantes”. “Fue un momento tremendo. Son la otra cara de la moneda. Yo estoy viva gracias a una decisión de ellas o de alguien como ellas. Verlas, escucharlas, abrazarlas fue un dolor esperanzador”.
“Volví a nadar. Volví a soñar”
Tras los trasplantes, recuperó el 100% de la visión. Pudo seguir sus estudios, practicar deportes, y volver a vivir. Hoy integra ADETRA (Asociación de Deportistas Trasplantados de la República Argentina) y compite en los Juegos Nacionales y Latinoamericanos para personas trasplantadas.
Pero su principal motor es la concientización. Da charlas en escuelas, hospitales y provincias como Salta y Jujuy, donde la reciben con respeto y admiración. “Adapto el mensaje según la edad del público. Donar salva vidas, y decir ‘sí, dono’ puede cambiarlo todo”.
La bandera y los colores que hoy puede ver
Lleva una bandera que la representa: una flor con dos hojas, con los colores azul y negro, los mismos que no podía distinguir antes del trasplante. “Simboliza mis dos ojos, mis dos trasplantes, mis dos renacimientos. Es mi estandarte en competencias, debates, campañas”.
Cada vez que alza esa bandera, repite una frase:
“Mayo se escribe con D de Donantes. Donar es brindar oportunidades. Donar nos une. Donar es sembrar”.
Un mensaje para todos
“Si aún no decidiste ser donante, pensá que un solo sí puede cambiar muchas vidas. La mía cambió. Volví a ver. Volví a vivir. Volví a ser feliz”.