El estado de las rutas en Tucumán: en el interior piden “una vida más digna”

Comunidades de la ruta provincial 334 relatan décadas de aislamiento, promesas incumplidas y el sueño compartido de recuperar un camino que alguna vez los conectó con todo.

La discusión sobre el deterioro vial en Tucumán suele centrarse en la producción, los fletes encarecidos y el impacto económico. Sin embargo, para cientos de familias del interior profundo, el problema tiene otro nombre: vida cotidiana.

En parajes como El Mistol, El Zapallar y Puesto Los Pérez, la ruta provincial 334 hoy convertida en un trazado de tierra y baches define algo tan elemental como poder salir de casa, acceder a un médico o simplemente no quedar aislados después de cada lluvia.

En esos pueblos, donde los caminos son parte del paisaje familiar desde hace generaciones, el reclamo no se formula en términos técnicos. La ruta es sinónimo de dignidad, resumen sus habitantes.

“Antes teníamos todo”

Elisa Aparicio vive desde hace 28 años en El Mistol y aún recuerda con nitidez los tiempos en que la 334 era una ruta asfaltada, transitable y llena de movimiento. A sus 66 años, describe esa época con una mezcla de nostalgia y frustración.

“La ruta era pavimentada. Con los años, las crecientes la destruyeron y después empeoró. Ahora es intransitable”, dice. En su memoria aparece una postal que contrasta con el presente: colectivos de larga distancia llegando desde Buenos Aires y vecinos que podían subir o bajar en cualquier punto.

“Yo viví cuando la ruta estaba hermosa. Había colectivos de larga distancia que venían de Buenos Aires y uno podía bajar donde quisiera”, recuerda.

Hoy, en cambio, el camino roto multiplica los costos y los riesgos.

“Acá hay mucho tránsito. Motocicletas, autos y sobre todo camiones por las fincas de la zona. Los vehículos se rompen rápido por el estado del camino. Hemos llegado a estar un mes entero sin poder salir ni hacia Tacos Ralos ni hacia La Cocha”, cuenta.

La última vez que quedaron completamente aislados fue hace cuatro años, tras una creciente que cortó toda salida.

Elisa también describe cómo los problemas viales fueron expulsando familias: “Mucha gente se fue a vivir a La Cocha por la inundación y la falta de ruta. Quien viene promete que la van a hacer, pero nunca hacen nada. Sería una felicidad enorme que vuelvan a hacerla”.

“Quedamos como en una isla”

En Puesto Los Pérez, Daniel Vallejo, peón rural de 53 años, tiene una lectura similar. “La ruta se creó en el 74 y ya en la década del 80 estaba mal. Antes era linda”, relata.

Después vinieron las crecientes, los arreglos precarios y largos períodos sin mantenimiento. Para él, el deterioro no es solamente consecuencia del clima: también hubo obras fallidas y decisiones que nunca se concretaron.

Pero además del aislamiento, existe otro problema silencioso que pocos conocen por fuera de la zona. “Aquí, cuando llueve, no se puede entrar ni salir. Las máquinas, los ‘bobadales’, no pueden andar. La tierra se levanta, queda en suspensión y no se ve nada. Eso provoca accidentes”, advierte.

La combinación de polvo, barro y falta de visibilidad dejó casas abandonadas y familias que eligieron otros lugares donde las escuelas, los hospitales y el trabajo no dependieran del clima.

Aun así, Vallejo repite lo que ya es un sentimiento común en toda la traza: “Sería lindo que se vuelva a hacer la ruta”.

“Si uno se enferma no puede llegar al médico”

En la misma zona vive Lucas Álvarez, de 67 años. Su testimonio es breve, pero retrata la fragilidad con la que conviven a diario:

“Si uno se enferma no puede llegar al médico.”

Esa frase resume lo que significa vivir donde las crecientes definen si una ambulancia puede entrar o no. Los vecinos recuerdan incluso el caso de una mujer embarazada que tuvo a su hijo arriba de un tractor porque nunca lograron llegar al hospital.

Cuando llueve, explican, no es solo el barro: es la espera. Las horas mirando el camino hasta que drene, la organización entre vecinos para trasladar enfermos, el tractor que se convierte en ambulancia improvisada.

Quedarse, pero con condiciones dignas

En los testimonios se repite un hilo común: nadie quiere irse.

Los habitantes de la 334 desean continuar en el lugar donde crecieron, donde están sus animales, sus historias familiares y el paisaje que los acompaña desde siempre. Pero necesitan una infraestructura mínima que les permita vivir sin quedar aislados ante la primera tormenta.

Por eso la ruta no es solo una vía de comunicación.

Es acceso al trabajo, a la escuela, al médico, al comercio, a los afectos.

Es la diferencia entre depender del clima o poder proyectar una vida estable.

 

 

Información obtenida de La Gaceta.