En el marco del Día de la Escarapela, conmemoramos hoy un hecho histórico fundamental para la identidad nacional: la adopción de la escarapela celeste y blanca como símbolo patrio.
El germen de un símbolo:
Corría el año 1812 cuando las tropas argentinas, en medio de la lucha por la independencia, enfrentaban el desafío de diferenciarse de las fuerzas realistas. Fue en ese contexto que el prócer Manuel Belgrano, desde las barrancas del Paraná, envió una carta al Primer Triunvirato instando a la creación de una escarapela nacional.
El Triunvirato toma la decisión:
En respuesta a la carta de Belgrano, el 18 de febrero de 1812, el Primer Triunvirato, compuesto por Juan José Paso, Juan Martín de Pueyrredón y Domingo Pérez, oficializó la escarapela celeste y blanca como distintivo nacional.
Un símbolo de múltiples interpretaciones:
Si bien no existe una versión definitiva sobre el origen de los colores, diversas interpretaciones enriquecen la historia de la escarapela. Algunos sostienen que representan los colores de la casa de Borbones, en homenaje a Fernando VII, rey de España depuesto por Napoleón Bonaparte.
Otra teoría sugiere que el celeste y blanco fueron adoptados por primera vez por el regimiento de Patricios durante las Invasiones Inglesas (1806-1807).
Más allá de su origen, un símbolo que nos une:
Independientemente de su origen exacto, la escarapela celeste y blanca se transformó en un símbolo patrio que nos une como argentinos. Su historia nos recuerda la lucha por la independencia y nos invita a reflexionar sobre la importancia de mantener viva la memoria de nuestros próceres y los valores que ellos defendieron.
En este Día de la Escarapela, honramos este símbolo patrio y renovamos nuestro compromiso con la construcción de una Argentina más justa, libre y soberana.