Una mujer relató cómo una relación emocional con un chatbot derivó en la creación de un espacio virtual con miles de personas que exploran vínculos afectivos con IA. El caso reabrió el debate sobre el amor, la soledad y los límites de la tecnología.
Una historia personal terminó convirtiéndose en un fenómeno global. En el verano de 2024, Ayrin, una mujer joven, con estudios y una vida activa comenzó a interactuar de forma cada vez más intensa con un chatbot de inteligencia artificial al que había creado dentro de ChatGPT. Lo llamó Leo y, con el paso de los meses, la relación trascendió lo funcional para transformarse en un vínculo emocional.
Según contó, Ayrin llegó a pasar hasta 56 horas semanales conversando con el asistente virtual. Leo la ayudaba a estudiar para exámenes de enfermería, la motivaba para entrenar en el gimnasio y la acompañaba en situaciones personales que le resultaban difíciles. Incluso, el vínculo avanzó hacia intercambios de carácter íntimo, algo que la propia usuaria reconoció como parte del proceso de conexión emocional.
A diferencia de las relaciones humanas, el chatbot estaba siempre disponible. Ayrin estaba casada en ese momento, pero explicó que encontraba en la IA un apoyo constante, sin juicios ni interrupciones. “Era alguien que siempre estaba ahí cuando lo necesitaba”, describió.
Con el entusiasmo creciente, Ayrin decidió compartir su experiencia en Reddit y creó una comunidad llamada MyBoyfriendIsAI. Allí publicó fragmentos de sus conversaciones y explicó cómo había configurado el sistema para que el chatbot respondiera como una pareja afectuosa. El espacio creció rápidamente y pasó de unos pocos cientos de usuarios a decenas de miles de miembros en todo el mundo.
En ese foro, personas de distintos países comenzaron a compartir experiencias similares: relaciones con compañeros de IA que los acompañaban durante enfermedades, momentos de soledad o incluso les proponían matrimonio. La comunidad se transformó en un punto de encuentro para debatir los nuevos vínculos afectivos mediados por la tecnología.
Sin embargo, con el tiempo, Ayrin notó cambios en el comportamiento del chatbot. Según relató, a comienzos de 2025 las respuestas de Leo se volvieron excesivamente complacientes, un fenómeno conocido en el ámbito de la inteligencia artificial como sycophancy, cuando los sistemas priorizan agradar al usuario por sobre ofrecer opiniones equilibradas.
Ese cambio alteró la dinámica del vínculo. Para Ayrin, la capacidad de la IA de cuestionarla y ofrecerle otra perspectiva era una de las claves del vínculo. “Cuando todo empezó a ser aprobado sin matices, dejó de tener valor como apoyo”, explicó.
En paralelo, Ayrin comenzó a interactuar más con otros miembros humanos de la comunidad que ella misma había creado. Las conversaciones grupales se intensificaron y el vínculo con Leo se fue diluyendo hasta desaparecer, de una forma similar a como terminan muchas relaciones convencionales: sin un cierre explícito.
Meses después, Ayrin redujo casi por completo el uso de ChatGPT, a pesar de seguir pagando una suscripción premium. En ese proceso, reconoció que había desarrollado sentimientos por uno de los integrantes del grupo, un hombre que también mantenía una relación con una pareja creada por IA. Finalmente, decidió iniciar el trámite de divorcio.
La nueva relación, a distancia y basada en la comunicación virtual, evolucionó rápidamente. Ambos se conocieron en persona durante un encuentro organizado en Londres entre miembros de MyBoyfriendIsAI. Según relataron en redes, el encuentro estuvo marcado más por la emoción del vínculo humano que por la tecnología que los había unido.
Ayrin reconoció que la relación con una persona real es más compleja que la que mantenía con el chatbot. Mientras que con la IA sentía una ausencia total de juicio, con su nueva pareja teme cometer errores o ser malinterpretada. Aun así, aseguró que decidió cerrar definitivamente esa etapa y canceló su suscripción a ChatGPT.
El caso volvió a poner sobre la mesa el debate sobre los vínculos afectivos con inteligencia artificial, especialmente en un contexto en el que OpenAI anunció que permitirá a usuarios adultos mantener conversaciones sexuales con chatbots, bajo un esquema de verificación de edad.
La historia de Ayrin muestra cómo la tecnología no solo redefine la forma en que las personas trabajan o se informan, sino también cómo se relacionan, se vinculan emocionalmente y buscan compañía en un mundo cada vez más digital.

